Por Carla Donoso Orellana

 

 

 

 

 

Nuevamente este año 2017  hemos sido golpeados por la forma en que el Estado de Chile está vulnerando los derechos de niños y niñas a los que debe proteger.  En el año 1980 se crea el SENAME que tiene como misión “contribuir a la promoción, protección y restitución de derechos de niños, niñas y adolescentes vulnerados/as, así como a la responsabilización y reinserción social de los adolescentes infractores/as de ley, a través de programas ejecutados directamente o por organismos colaboradores del servicio” (1).  Hoy día  aún  no sabemos con exactitud cuántos niños y niñas han fallecido en los hogares de la Red SENAME a lo largo de su historia y desconocemos cuántos más han visto sus derechos vulnerados a través de la tortura y diversas formas de violencia.  En octubre de 2016 SENAME da a conocer un informe en que reconoce que entre los años 2005 y 2016 fallecieron  1313 niños  y jóvenes bajo la protección del SENAME. Entre ellos, 210 eran niños y niñas que se encontraban en el sistema residencial, 406 se encontraban en el sistema ambulatorio y   216 en el sistema medio libre con organismos colaboradores (2).

El problema es complejo y multidimensional. Algunos análisis subrayan las consecuencias de una política pública mal diseñada y mal implementada, en que se transfiere a privados una responsabilidad que el Estado debería asumir a cabalidad.  Otras explicaciones enfatizan en la falta de financiamiento y un mal diseño de gestión y su inserción en un engranaje institucional que  obstaculiza su desarrollo. Asimismo, se identifica como una de las causas del desastre la ocupación del SENAME como espacio de prebendas y pago de favores políticos, exiliando de su quehacer lineamientos  técnico-profesionales y éticos.

Sin pretender profundizar en cada uno de estos elementos, desde el ámbito del análisis antropológico quisiera centrarme en la dimensión cultural y social que tiene el problema de la niñez victimizada, que a mi juicio ha sido poco explorada.  Desde la perspectiva de la antropología de la niñez, se plantea que la niñez que definimos y reconocemos hoy en día es una construcción histórica basada en la creencia de que los niños y niñas son seres incompletos e inferiores, incapaces de decidir y  formular propuestas de cambio para su propia vida. Autoras de la niñez como Hardman (3) proponen reconocer a los niños y niñas como sujetos que pueden ser comprendidos en sus propios términos, no como meros receptáculos o reproductores de las enseñanzas adultas sino que como capaces de crear y recrear un mundo con significados propios.  La idea de los niños o niñas como humanos subdesarrollados no reconoce su capacidad de acción, transformándolos en objetos que deben ser resguardados (confinados)  más allá de su propia voluntad (como la  exMinistra de Justicia Javiera Blanco lo expresara brutalmente se trata de “un stock”). Este conjunto de ideas que define la niñez en nuestros días  genera un contraste perverso e inhumano: la realidad de los niños sobreprotegidos y resguardados en sus más mínimas (y muchas veces artificiales) necesidades, con la situación de aquellos escondidos y olvidados en instituciones de las cuales poco se sabe. Se trata, como diría Rossi Braidotti (4), de cuerpos desechables, de aquellos que ya han sido condenados y desechados por el sistema. En la mirada de los niños como seres incompletos, no cabe el reconocimiento de ellos como sujeto político. A diferencia de lo ocurrido con el movimiento feminista en el último siglo, la niñez no ha logrado configurarse en un movimiento social que luche por sus derechos, que visibilice y busque poner  fin a las decenas de infanticidios que llenan las páginas de la prensa anualmente.

En este marco, las palabras de Matías Orellana Toro, presidente de la Fundación de Egresados de Casas de Menores (ECAM Chile)  adquieren cada vez mayor sentido: “Toda nuestra juventud y el inicio de nuestra vida adulta experimentando de cerca las consecuencias de que el Estado siga considerando como óptimo que el niño sea tratado como objeto más que sujeto (…) a diario debíamos lidiar con un sistema que inhabilita y encapsula las esperanzas y sueños de quienes se les priva de vivir. Un sistema de duelos permanentes y que siempre te recuerda que somos los “guachos”, los marginados”(5).

Necesitamos construir nuevos significados en torno a la niñez que nos permitan reconocer a los y las niñas como sujetos capaces de actuar en el espacio sociopolítico y escuchar sus voces; abrir la puerta hacia el empoderamiento y la construcción de una nueva niñez. Sólo entonces estaremos generando un cambio.  La Academia tiene una gran responsabilidad en esta materia ya que somos los llamados a entender nuestra sociedad y formular nuevos paradigmas y ¿por qué no? poner fin a los contubernios políticos que siguen ocultando esta realidad.

 

Notas