Columna de opinión escrita por Abelardo Castro Hidalgo, Dr. en Educación, docente, investigador y parte de la Asociación de Académicos y Académicas EMG UdeC

Publicada originalmente en Diario El Sur

Las consignas de “no más abusos” y “hasta que la dignidad se haga costumbre” están entre las consignas protagonistas de las manifestaciones que escucharon, escribieron en las paredes y pancartas durante el estallido social. No es casualidad en tanto se trata conceptos éticos ancestrales fundamentales para una sana convivencia social e ineludibles en la construcción de una nueva Constitución para el país. Constituyen una de las más grandes demandas sociales del último tiempo: un hito esperado por millones de ciudadanos.

Y no es en vano que en los países que muestran un alto desarrollo humano -como aquellos europeos a los que solemos mirar- la aplicación de estos conceptos está siempre presente. En efecto, cualquier transgresión a la probidad, por mínima que parezca, se castiga, y lo mismo ocurre cuando se transgrede la dignidad del otro.  Se trata de un principio básico, ningún tipo de transgresión, pequeña o grande, debe ser rentable, en tanto es un modelo a seguir por otros quiebra las confianza, rompe la red que sustenta la colaboración.

La seguridad que lo que no está permitido, por razones de convivencia social no será rentable para quien la transgreda, contribuye  liberar y encausar las energías para crear y buscar soluciones colectivas en el largo plazo, a la vez que como efecto que se construye y fortalece la confianza sobre la base y principio de que “siempre se debe dar lo mejor de uno, para que con el esfuerzo de todos no le falte a los que necesita y también haya si uno mismo cae en desgracia”, dicho común en los países nórdicos y norte de su tierra prometida.

Ergo, si hay abusos, aunque sean bagatelas, y se toleran, es difícil construir dignidad y el impacto negativo que esto tiene en los modelos sociales es demasiado grande. En cambio, si hay dignidad en el sentido de cuidar la integridad y bienestar del otro, hay también desarrollo humano que beneficia a todos

Y en todo esto tiene un lugar, un rol, destacado nuestra vapuleada educación. Y siempre acompañada y en sincronía con la formación ciudadana que, de distintas formas, emerge del propio funcionamiento social y que también lo impacta en tanto la sociedad funciona por el accionar de todos y cada uno de los individuos que la componen.  La Educación puede formar en valores nobles, pero si dentro de ella misma esos valores se transgrede y además son transgredidos fuera de ella con resultados de rentabilidad para quien lo hace, los esfuerzos en las aula son casi nulo. Por efectos de aprendizaje vicario. Vital en los humanos.

Es por lo mismo que la necesidad de construir confianza, y fortalecerla, debe estar dentro del discurso público, bajo la consciencia de que si no hay un correlato en la acción, su alcance, si bien puede servir, será limitado. Y, así, la historia, la nuestra, seguirá acumulando abusos y abusados.

Para comenzar a construir el camino podemos mirar y hacer referencia como ejemplo a aquello que sí funciona en nuestra realidad y que se ha logrado históricamente en otras naciones, en otras culturas, pero cuidando de no idealizar ni de pensar en copiar al pie de la letra.

Por ejemplo, los alemanes usan el dicho “el diablo se esconde en detalles” mientras que el punto de los ingleses es que no existe un delito bagatela y consideran que el que una transgresión tenga un castigo ejemplificador genera confianza ciudadana e incluso mejores negocios. En los países nórdicos como Suecia son aún más duros que los ingleses: por ejemplo, una congresista llamada Mona Sahlin pagó un chocolate con una tarjeta de gastos de representación del parlamento y aunque la cajera del recinto donde lo adquirió le preguntó si estaba segura de hacer el pago así, la congresista dijo que sí y una semana después este hecho fue noticia, ocupó páginas en los periódicos, y en el mismo periodo perdió su cargo como presidenta del partido Social Demócrata. Había hecho abuso del producto del mejor esfuerzo del pueblo sueco, los impuestos para el bien común.  De haberse permitido, o bagatelizado esa acción, se arriesgaba la solidez del principio de confianza sobre el que descansa esa sociedad. 

Viendo dichas experiencias, aplicada a esas naciones o trayéndolo a nuestra realidad, puede ser una gran verdad decir que dar un castigo ejemplificador a toda transgresión resulte caro y hasta traumático, pero creo que el hecho de que todo castigo sea ejemplificador y proporcional al daño, procurando que no exista ninguna rentabilidad al delinquir o pasar los límites de las normas éticas en lo político, académico, etcétera, es el camino para que no hayan más abusos y la dignidad se haga costumbre y la anhelada sociedad de bienestar pueda construirse en la  tranquilidad de que el mejor esfuerzo de todos nos dará la base para que cada cual busque su felicidad sin miedos a abusos de por medio.