El nivel de equidad de género de una sociedad no es el resultado del azar, ni de un proceso histórico inevitable o un imperceptible cambio cultural, sino que es la consecuencia directa de lo que los gobiernos hacen o dejan de hacer en esta materia. De acuerdo a las cifras entregadas por el “Global Gender Gap Report” elaborado por el World Economic Forum en el año 2012 Chile cayó desde el lugar 46 al 87 en el ranking global de la equidad de género. Este estrepitoso “tropezón” es el resultado de las políticas de género erráticas y recesivas del período de gobierno 2010-2013.
Si bien Chile ha mejorado su performance en los últimos dos años, los resultados aún dejan mucho que desear. En el año 2014 Chile se ubica en el puesto N°66, siendo superado por al menos 10 países de América Latina y el Caribe, entre los que se encuentran Nicaragua (6), Ecuador (21), Argentina (31), Perú (45) y Bolivia (58), sólo por mencionar a algunos de ellos. Estas cifras ponen de manifiesto que la equidad de género no tiene que ver necesariamente con indicadores macroeconómicos tales como el PIB o el ingreso per cápita. En otras palabras, no importa el tamaño de la torta sino cómo ésta se reparte entre los y las comensales.
El caso de Nicaragua, que se encuentra en el puesto número 6 del mencionado ranking mundial en el año 2014, refleja nítidamente que muchos cambios se pueden lograr con políticas de equidad de género bien fundadas, efectivas y aplicadas rigurosamente. Por ejemplo, dicho país cuenta con una ley de igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres promulgada en el año 2008, que abarca asuntos como la participación política, económica, social, cultural y medioambiental de las mujeres, estableciendo mecanismos claros para implementación de los cambios propuestos a través de esta ley.
En el caso chileno, para el año 2014 las peores cifras se ubican en la dimensión “participación económica y oportunidades” en la que Chile se ubica en el lugar 119 de un total de 142 países. La baja participación de las mujeres en el mercado formal de trabajo, las escandalosas brechas salariales y la baja participación de las mujeres en espacios de poder, son los peores indicadores a este respecto.
Estas cifras nos indican que es urgente salir de ese discurso autocomplaciente de que “estamos avanzando por el camino correcto”. En vez de celebrar con vítores cada vez que una mujer alcanza un puesto visible de poder debiéramos preguntarnos porque ello nos parece una situación extraordinaria y no algo cotidiano y natural. Se necesitan políticas de género que de forma valiente apuesten por generar cambios en el corto plazo. La receta está probada y se llama “transversalización de género”. Mientras sigamos pidiendo permiso para construir equidad de género seguiremos esperando o peor aún retrocediendo cada vez que el gobierno de turno saque de la manga una agenda conservadora.
Carla Donoso Orellana
Antropóloga, M.A. en Antropología Médica
Académica de la Universidad de Concepción
Consejera Académica del Programa Multidisciplinario de Estudios de Género (PROMEG) de la Universidad de Concepción.