Por Cecilia Ananías

Ciencia con Contrato | Facebook

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Aunque se ha demostrado que la ciencia es clave para el desarrollo de los países, para Chile esto aún no es prioridad: nuestro país destina apenas un 0,4% del PIB a esta área, motivo por el que ocupa el penúltimo lugar entre las naciones integrantes de la OCDE en cuanto a inversión en ciencia. La falta de fondos y planificación se nota, ya que como distintas organizaciones han visibilizado, los investigadores trabajan en precarias condiciones: a “boleta”, sin cotizaciones, sin seguro de accidentes laborales y a veces, sin derecho a pre y postnatal.

Un panorama complicadísimo en un país donde el 76,9% de la población se declara poco o nada informada sobre ciencias y donde un 65,2% dice sentir lo mismo respecto a tecnología, según la última encuesta de percepción de Conicyt. Estamos en un país donde a la gente le interesa la ciencia (58,1% de la población la encuentra interesante, ocupando el cuarto lugar entre diversas temáticas), pero al mismo tiempo, no la entiende. Y a pesar de las paupérrimas condiciones, la investigación local es reconocida a nivel global y cada vez son más los hombres y mujeres que deciden cursar una carrera científica –desde las ciencias biológicas hasta las humanidades y letras-, contra viento y marea.

Hace un par de semanas, se presentó el informe del primer taller de conflictos y propuestas para la investigación en Chile, el cual se llevó a cabo en nueve ciudades de Chile y reunió a un centenar de académicos para discutir en torno al tema. Las conclusiones siguen siendo las mismas de instancias anteriores: los puestos estables son pocos y dependen exclusivamente de las universidades, prácticamente no existen centros de investigación en Santiago y mucho menos en regiones, se necesita transparentar mejor los procesos de evaluación y adjudicación de fondos públicos y es necesario definir áreas prioritarias de investigación, “con énfasis en las necesidades regionales y mirada de largo plazo” (puedes leer el informe completo aquí).

La región del Bío Bío no es la excepción y por eso decidimos preguntarle a tres investigadores, ¿qué está mal con la ciencia en nuestra zona? Esto nos contaron…

Publicar por sobre investigar

F.D. es un ingeniero civil egresado de la Universidad de Concepción y su experiencia investigando en la región del Bío Bío ha sido tan complicada, que prefiere mantener oculta su identidad. Logró doctorarse el 2014 y desde entonces se ha mantenido a sí mismo y a su familia “entre clases y peguitas por aquí y por allá”. Aunque pensó en continuar investigando y especializándose, finalmente desertó de la idea, porque “no vi mucho apoyo a la investigación” en su misma casa de estudios.

El tema fue decepcionante para él: “Lo que más le interesa a la universidad y a los docentes es publicar artículos en revistas prestigiosas, más que investigar. La universidad le exige a los docentes cierta cantidad de publicaciones para mantener los años de acreditación, entonces todo se aboca a eso. Se genera una psicosis por mantener el puesto”, detalla.

Cuando terminó su tesis doctoral, se dio cuenta de que sólo querían sus resultados publicados y ahí se acababa todo. “Nadie me digo ‘sigamos’, casi nadie quería darle continuidad. Pude haber postulado a un post doctorado, pero no sentí apoyo. No hay una preocupación por ese impacto o avance que va a tener en la sociedad”, agrega.

Hoy, está trabajando en un Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDEF), pero le ha costado continuar una carrera científica. “Tengo que andar pituteando. Asesorías por aquí y por allá para poder vivir. La forma más estable de trabajar son los fondos estatales, pero son complicados de conseguir. Y finalmente, son una especie de préstamo: firmas un pagaré y si no cumples con los plazos establecidos, te empiezas a endeudar”, explica, situación que encuentra injusta ya que “en investigación muchas cosas no dependen de uno y te puedes atrasar”.

A pesar de todos los problemas, piensa seguir “trabajando en lo que venga. No puedo salir del país, tengo familia, tengo que generar plata”. Como muchos otros investigadores, F.D. debe cotizar de forma independiente y no está cubierto en caso de accidentes de trayecto, ya que trabaja a honorarios. Muchas veces, su sueldo no da para imponer en la AFP.

Él tiene claro cuál es el principal problema: “No existe una política de investigación. Ni siquiera existen centros de investigación. La única forma de investigar, es a través de la docencia en universidades, lo cual te obliga a repartir tus horas entre clases e investigación. Las plazas son pocas y muchos concursos públicos ya están ‘adjudicados’ antes de ser publicados, práctica que rara vez es fiscalizada, ya que finalmente, las universidades son entes privados”, explica.

El necesario nexo entre ciencia y comunidad

A la bioquímica Carola Díaz también le preocupa el estado de la investigación en Chile. Se ha hecho cuestionamientos similares a los de F.D. mientras cursa un doctorado en Química en la Universidad de Concepción. Eso sí, ella cree que la clave para enfrentar el problema se encuentra en que los investigadores se agrupen y organicen y es quizás uno de los motivos por el que, junto a otros estudiantes de postgrado y profesionales jóvenes, decidió levantar el grupo Cipres (Ciencia Presente en la Sociedad) en Concepción.

“Ciprés surgió porque actualmente no hay una planificación nacional en cuanto al desarrollo de la ciencia y cómo ésta puede aportar al desarrollo del país. La difusión no basta: es necesario socializar el conocimiento y por eso armamos esta agrupación, primero con varios compañeros de Bioquímica y luego con más gente que conocimos en la universidad. La idea era abordar el tema de forma más profunda, poner nuestra profesión al servicio de la comunidad y generar propuestas para superar esta y otras problemáticas que afectan a las ciencias”, detalla.

Cipres | Facebook

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Para Carola, es preocupante el desfase que existe entre la ciencia y ciudadanía: “por ejemplo, lo que está ocurriendo con los antivacunas, ¿dónde está la voz experta que guíe en estos casos? Y con evidencia y aterrizando el conocimiento, para que la gente lo asimile desde un lenguaje común. Hoy, la comunidad no confía en los científicos, no creen que la ciencia sea una prioridad y tenemos que hacernos cargo. Es necesario el nexo entre ciencia y sociedad”.

También cree que es importante ligar la investigación a la ciudad y a la región en la que se realiza, pero actualmente, no existe ese diálogo. “Nos falta que como sociedad entera nos sentemos a discutir qué necesitamos y quién lo puede hacer. ¿Dónde está la sociedad que aún no exige ayuda a los investigadores? ¿Y dónde está el Estado para planificar y regular las necesidades de la sociedad?”, se pregunta. Como resultado de esa deficiencia, no hay una planificación de la ciencia en Chile.

“Hay una visión muy paternalista, te pagan tus estudios afuera, tienes que volver a retribuir, pero ¿a qué? ¿A dónde? Es un Estado subsidiario. No hay centros de investigación, hay plazas mayoritariamente en las universidades, como profesores y académicos, pero es muy difícil ingresar a esos espacios. Van a llegar 3 mil Becas Chile de vuelta, gente que hizo investigaciones de la más alta categoría, con un enorme factor de impacto. Se trata de una mano de obra híper ultra calificada que no tienes dónde ponerla, porque ni el Estado ni las industrias están generando los puestos”, detalla. “Está todo aislado y desregulado”, puntualiza.

Es en este escenario que surge la precarización del investigador, donde muchos sólo consiguen financiarse a través de proyectos Fondecyt, que no suelen durar más de cuatro años. En el caso de los becarios Conicyt, incluso te exigen firmar un pagaré en blanco, “tú vas a cualquier notaría y te dicen que eso no es legal, pero sino lo aceptas, simplemente no recibes los fondos”, enfatiza Díaz.

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La estudiante de doctorado también hace hincapié en que este problema no es exclusivo de la ciencia: “No podemos abstraernos de todo el problema estructural que hay en Chile: los investigadores son un trabajador precarizado más en el contexto actual. Pero sí hay muchas reglas de Conicyt que hacen que este vicio se profundice más. Que no haya previsión ni cotizaciones por salud, por ejemplo. Imagínate que en la ciencia hay gente que trabaja con sustancias peligrosas: un seguro de salud es lo mínimo. Puedes cotizar voluntariamente si quieres, pero eso depende de la jornada que estés trabajando o cuánto te queda de tu sueldo, porque muchas veces tienes que escoger entre pagar una cuenta y cotizar”, agrega Díaz.

A Carola lo más que le preocupa, es que la ciencia “no es prioridad. No hay proyección de futuro, porque todavía no hemos acabado con todos nuestros recursos naturales y eso lo podríamos pagar caro”.

Para ella, la población no le pone atención al tema porque se concentran en sus problemas a corto plazo, los cuales no son menores. “Necesitas tener para comer, educar a tus hijos, llevarlos a un buen centro de salud… entonces, en medio de eso, la ciencia queda al final. Pero si se le diera prioridad y los investigadores estuvieran donde corresponde, por ejemplo, no se estaría gastando recursos en el tratamiento de ciertas enfermedades. Estamos actuando ante la inmediatez. Por eso hay que preguntarnos, ¿qué es mejor? ¿Prevenir y generar nuevas tecnologías? ¿O estar eternamente parchando cada vez que pasa algo? La ciencia es necesaria para el desarrollo integral de la sociedad y con eso hay que ser súper enfático”, es su conclusión.

La lógica del individualismo

Otro estudiante de postgrado que está luchando por organizar a investigadores jóvenes es Ignacio Ormázabal. Este estudiante de magíster y licenciado en Física de la Universidad de Concepción sintió que era necesario entrar en el debate nacional para luchar por los derechos laborales y problemas asociados al financiamiento de la investigación, por lo que junto a un grupo de jóvenes investigadores de la Udec se contactaron con la Asociación Nacional de Investigadores en Postgrado (ANIP) -agrupación que busca ser un referente científico nacional en el debate social- para organizar mesas regionales, de las cuales es coordinador en nuestra región.

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Ignacio sabe que, si bien la Universidad de Concepción genera buena ciencia, las regiones la tienen difícil. “La mayor parte de la ciencia en Chile está concentrada en Santiago. La forma en la que se financia la investigación científica, es muy similar a cómo se financian las universidades: las universidades de Santiago, por un tema de prestigio y por tener más doctores, van concentrando el financiamiento. Hay una desventaja”, detalla.

Este licenciado en Física afirma que el primer problema de los investigadores postdoctorales es, que aunque muchos llevan a cabo sus fondos y proyectos en universidades, no existe en chile una carrera científica: “están en una categoría invisible, ya que no son reconocidos como figura académica. En la Udec recién se reconoce desde el 2014, pero estás aparte del resto de los funcionarios. No tienes seguridad social o seguro en caso de accidente. Lo más complicado es el tema de la salud, la previsión y los embarazos. Finalmente, los investigadores se ganan los proyectos y la universidad sólo pone la casa. Entonces llegamos a este punto donde los investigadores en condiciones de trabajo precario y ni siquiera pueden juntar la plata para su jubilación”, explica.

La situación empeora en el caso de los estudiantes de postgrado, “muchos profesores consideran que debes darte por pagado con publicar un artículo. Estamos haciendo la misma pega que un profesor, pero por ser estudiantes no somos reconocidos y esto nos deja en desventaja, por ejemplo, para optar a recibir un sueldo. El año pasado, en el marco del debate en las elecciones de Decano de mi facultad, se discutía sobre aumentar los incentivos que reciben los profesores por los papers. Los de postgrado nos metimos y dijimos ‘¿y a nosotros cuándo? Si también aportamos’, cosa que fue aprobada por algunos y muy rechazada por otros académicos.

En otros países, el Estado suele encargarse de la investigación y aparte de generar fondos concursables (como es el caso de los Fondecyt aquí), se levantan centros de investigación, cosa que prácticamente no existe en Chile. Eso sí, la situación solía ser distinta en nuestro país antes de la década del 70: “el financiamiento de la investigación iba directo a las universidades. Cada una recibía un monto y se potenciaban proyectos que tuvieran repercusión regional, que involucraran varias áreas de trabajo. Pero tras la Dictadura, se instala el neoliberalismo y la lógica del individualismo. Esto se traduce en que ahora la ciencia se financia a través de individuos: financian tu proyecto en desmedro del otro, por lo que me tienes que rendir por tu cuenta y esto instala la competencia entre los investigadores”, agrega Ignacio.

Hasta para ganar un fondo la competencia es desigual, “el estándar para conseguirlo es tener al menos dos publicaciones por año. Pero es una condición complicada cuando hay académicos que también se dedican a dirigir programas, enseñar en aula, dirigir departamentos. Entonces, empieza la competencia entre los académicos, lo cual debilita la ciencia, ya que no potencia la investigación asociativa”, puntualiza.

El modelo también es injusto para los jóvenes y recién egresados: “la carrera científica, que no es formal en Chile, pasa porque el investigador tras doctorarse se inserte con un proyecto de Iniciación; luego generas el currículum para un Fondecyt y vas escalando, hasta que tengas un currículum lo suficientemente cuantioso para conseguir proyectos más grandes. El problema es que los que vienen egresando, tienen menos currículum y más obstáculos para conseguir un fondo más grande, por lo que no pueden competir con los senior”.

¿Luchar unidos?

Para Ignacio, la solución del problema no basta con crear fondos, “si la ciencia aporta al país, entonces el Estado debe llevar las riendas y no lo está haciendo. Y también, hay que cuestionar la forma en que se hace ciencia en Chile. ¿Cuál es la lógica que estamos produciendo? Es todo un problema estructural, sustentado en un modelo económico que sólo le da énfasis a la parte productiva”, agrega.

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Tanto Ignacio como Carola y F.D. miran con esperanza y al mismo tiempo, temor, la instauración de un nuevo ministerio de Ciencia y Tecnología, que podría solventar estos problemas… o profundizarlos aún más. Por eso su llamado es a agruparse: “hoy, no existe un espacio donde podamos discutir todos sobre la institucionalidad que queremos. Sé que en Chile es difícil conseguir esas instancias. Han habido diagnósticos, propuestas… pero quedan ahí no más”, puntualiza Ignacio.

Carola piensa de forma similar: “El tema sería más fácil si la gente tuviera la capacidad de agruparse para debatir una solución real. Pero no hay una simbiosis, porque nuestro mismo perfil de investigadores no lo facilita. En los laboratorios trabajamos todos separados y con plazos justos: hay que sacar resultados, ir a congresos, entonces hay gente que para lograrlo está todo el día en el laboratorio y casi no socializan. El experimento, la tesis y el resultado es primero”, detalla, haciendo énfasis en que se hace imperativo cambiar esta realidad.

Actualmente, en el Congreso se está discutiendo el presupuesto para ciencia del 2017. Aunque el proyecto promete poco más de 314 mil millones de pesos, un aumento de 0,41% respecto de 2016, lo asignado a becas nacionales o extranjeras e investigación básica y aplicada baja entre 0,42% y 3,54%, como recoge La Tercera. La diputada Karla Rubilar advirtió a este medio que lo volverá a rechazar:

“El año pasado se comprometieron con nosotros que iba a haber un aumento sustancial en materia de presupuesto para Conicyt y no lo cumplieron. Esto es de locos, porque todas estas quejas de que no tenemos plata, que el crecimiento está mal, tienen exactamente que ver con la poca inversión que tenemos en ciencia y tecnología. Estamos hipotecando el futuro de nuestro país y nadie reacciona. Yo, por lo menos, no voy a dar un voto a favor nunca más para el presupuesto de ciencia hasta que haya la prioridad que se merece esta área”, fue su advertencia. Una discusión aún vigente y que parece que no podrá ser resuelta a corto plazo.