Recordamos otra vez el Día Internacional de la Mujer. Día mundial de protesta por la supervivencia del patriarcado. Día también de celebración de nuestras predecesoras… valientes mujeres que nos han logrado una considerable ampliación de nuestros derechos civiles, políticos, económicos y sexuales.

Quisiera llegar a un 8 de Marzo en que podamos celebrar más y protestar menos.

Un 8 de Marzo en que no tengamos que reclamar por la falta de acceso al aborto libre y seguro, sino que podamos celebrar el respeto a cuerpos femeninos que gozan su sexualidad y reproducen la vida cuando lo desean.

Un 8 de Marzo en que no lamentemos las 40 mujeres asesinadas el año 2014 por su condición de género, sino que celebremos un año libre de femicidios.

Un 8 de Marzo en que podamos celebrar a mujeres libres, felices, autónomas, emancipadas.

Me invitaron a hablar acá como feminista, universitaria, trabajadora sindicalizada y asociada de la Asociación de Académicos y Académicas EMG.

Elijo hablar como trabajadora, y como tal quiero recordar algunas cosas que tienen que cambiar para las mujeres en el mundo del trabajo.

No somos nuevas en el mundo del trabajo. Llevamos históricamente en nuestros vientres, manos y espaldas el peso del trabajo de reproducción de la sociedad. También llevamos la producción, elaboración y distribución de alimentos (la agricultura y la culinaria nacen de manos de las mujeres). Nos incorporamos tempranamente al trabajo industrial –muchas veces en los puestos temporales y peor remunerados- y en las últimas décadas ha aumentado la participación de las mujeres en el mercado del trabajo formal. Según datos de INE actualmente en Chile 4 de cada 10 trabajadores legales con mujeres. Sin embargo reciben solo 2.8 de cada 10 pesos que se pagan en remuneraciones.

La brecha de ingresos es considerable: el salario promedio masculino en Chile es de $478.000 y el de las mujeres es de $390.000 (una brecha de casi 13%). ¿Qué pasa cuando agregamos la educación a la ecuación? Eso nos compete directamente como universitarios, especialmente cuando las mujeres en Chile tienen amplio acceso a la educación superior. Si comparamos los promedios de ingresos de mujeres y hombres con educación universitaria la brecha no disminuye sino que aumenta considerablemente. Los hombres con educación universitaria ganan 35% más que las mujeres igualmente educadas (872.00 los hombres y 571.000 las mujeres).

Hay muchos otros temas: el techo de vidrio que afecta a las mujeres (1 de cada 10 gerentes y directivos son mujeres); el balance trabajo – familia, donde se adscriben las responsabilidades reproductivas a las mujeres (y los hijos tienen padre y madre ¿o no?), encareciendo así la mano de obra femenina.

Las universidades no son ajenas al contexto patriarcal que las alberga solo recordar a María Sklodowska –más conocida por su apellido de casada María Curie– quien siendo la primera mujer en doctorarse y acreedora de dos premios Nobel, solo logra ser profesora titular a la muerte de su marido, ocupando la cátedra que él dejo vacante.

Nuestra universidad ha ofrecido un espacio inclusivo a estudiantes, funcionarias y académicas, donde se compatibiliza trabajo y familia. Celebramos una vicerrectora. Pero solo hay una decana entre 18 decanos, y muy pocas directoras de departamento.

Quiero recordar a las mujeres pioneras de las universidades chilenas, a quienes nos abrieron camino: Eloísa Díaz, Ernestina Pérez, Eva Quijada, gente de la casa como Amanda Labarca y María Teresa López. Ellas nos dejan tareas: queremos ver más mujeres en las ciencias exactas y la tecnología, haciendo estudios de postgrados, carrera académica y ocupando las decanaturas.

Queremos ver más mujeres que desde la universidad decidan libremente su futuro y contribuyan a la emancipación y el bienestar del mundo en que viven.

Beatriz Cid

Miembro de la Asociación de Académicas y Académicos EMG-UdeC