“¿Qué estabas haciendo cuando ocurrió el terremoto del 2010?”, es una pregunta que hasta hoy nos hacemos, como una forma de crear conversación entre personas desconocidas. En el caso de Daniela Urrutia, ella dormía profundamente, cuando comenzó a temblar y se le cayeron encima las 18 planchas de vulcanita que se había adjudicado en un proyecto de mejoramiento de vivienda. “La peor parte me la llevé yo, porque protegí a mi hija. Y si me preguntaran si lo haría de nuevo, así sería”, me relata.

El accidente la dejó con la pérdida motora completa de sus extremidades y tronco; es decir, con una tetraplejia. “Por mi discapacidad, muevo solo mi cabeza”, cuenta. A pesar de esta pérdida de la movilidad, hoy, con 41 años, sigue luchando para salir adelante: “Soy una mamá presente, voy a reuniones, entrevistas, salgo sola al supermercado. Uso una silla que me entregó el gobierno, que manejo con la pera. Me formé y ahora busco trabajo de bodeguera y operadora logística; también empecé un curso de secretariado jurídico. Me motivan mis hijos: por eso quiero estudiar y aprender más”, declara.

Su principal problema para acceder al trabajo –que generalmente, le exige estar de forma presencial- ha sido el transporte. En el Gran Concepción, la única línea de microbuses y tren que cuenta con rampas y otras herramientas para un acceso más inclusivo, es el Biotren; pero en Penco, donde vive esta madre, trabajadora y pintora, no existe ninguna línea de microbús que incluya esto. E incluso, las veredas en el sector donde vive están en tan mal estado, que ni siquiera puede usarlas: “Cuando voy a Penco, tengo que irme por la carretera con mi silla, porque la vereda no está apta; el cemento está levantado y no tiene accesos adecuados; varias veces me han pasado camiones demasiado cerca y me han empujado con el viento que generan. Y si quiero ir a Concepción, tengo que pagar un furgón. Debería haber un transporte adaptado a las personas con discapacidad motora, porque yo no soy la única. Y necesitamos salir, sentirnos útiles y no se puede sin un transporte adecuado”, me explica en una videollamada desde su hogar.

No es la única enfrentando esta problemática: en Chile, aproximadamente, dos de cada tres personas con discapacidad son mujeres. A pesar de que son más, hasta 2018, había casi 13 mil trabajadores con discapacidad contratados por el sector privado y de ellos, un 66% eran hombres, según la Dirección del Trabajo. Por eso, esta cifra hay que mirarla con perspectiva de género, ya que mujeres y niñas con discapacidad están sujetas a una doble forma de discriminación: por su género y por tener capacidades diferentes.

A esto se suma la falta de accesos con rampas en establecimientos como restaurantes. “El primer año que llegué acá –antes vivían en Cosmito-, fuimos a Penco con el papá de mis hijos y no me dejaron entrar a un local, porque no era apto para silla de ruedas. Le dije que no era justo, tengo derecho a compartir y servirme algo”, relata con tristeza.

El proceso ha sido complejo en distintos niveles: “Me ha costado mucho asimilar como estoy. Pero tengo que seguir, soy joven todavía y quiero hacer cosas. Me cierran las puertas por mi nivel de capacidad motora y porque tengo problemas para transportarme. Y yo me manejo súper bien en el computador, tablet, celular; tengo un lápiz touch y también un pincel que manejo con la boca. Pero con respecto a lo otro… necesito asistencia con todo”, continúa relatando.

Tiene tres hijos, quienes tenían 12, 5 y 3 años cuando todo ocurrió. “Ha sido duro para ellos, porque tienen que ocuparse de mí: me lavan, me visten. Pero ya pasó y tengo que seguir. Yo me preocupo de sus cosas y les ayudo con sus tareas”, agrega.

Además de cuidar a sus hijos, Daniela Urrutia también se dedica a pintar. Le encanta y ha aprendido a hacerlo con la boca: “Pienso en lo que quiero y lo visualizo en mi mente. Me gusta escuchar sonidos de agua o lluvia y con eso me vienen imágenes de paisajes y lagos que pinto”, agrega. Sus obras están a la venta y también son un ingreso para ella y su familia.

Sabe que hay otras personas atravesando su misma situación. Por eso, su mensaje es “que no se queden sin hacer nada. Porque de una u otra forma, una tiene un talento para hacer algo. Yo no sabía que podía pintar y pinto. Yo no sabía que podía manejar un celular o computador y lo puedo hacer sola. Apóyense en su familia. Una tiene que aprender y dar gracias a Dios: por lo menos estoy viva, hablo y puedo ver a mis hijos crecer”.

Intentamos contactar a la Municipalidad de Penco para conocer si existen avances para hacer la ciudad más inclusiva; aunque accedieron, en el lapso que se escribía esta nota no nos llegó su declaración.